viernes, 22 de febrero de 2013

la hoguera

más grande del mundo

martes, 12 de febrero de 2013

Recuerdas

o el porqué de mi limitación y cautela ante la posibilidad de una conversación

¿Que si me acuerdo? Me acuerdo tanto que es un infierno. Es darse la vuelta y pensar que vas a chocar con alguien que nunca estuvo ahí en primer lugar. Ofensivamente presente esta puta mentira. Vaya que es puta la muy puta. Y vaya que es mentira. Acordarse. Acordeón. A cordón. De cuerda. ¿Entiendes cómo? Como una cajita musical de una película de terror. No sabría muy bien como explicarte la conexión entre ambas, pero supongo que tú eres una persona inteligente y alcanzas a distinguir la relación, no de las cosas, pero del sentimiento, ¿sentimiento? idea, idea suena más bonito. También, tú, como la persona inteligente que eres alcanzarás a deslumbrar algunos rasgos de quizás cierta estupidez. De dicha estupidez, alomejor cuando esté de buenas, aceptaré la culpa parcialmente, digamos en un 53.4% esto, porque me acuerdo.

Me acuerdo maldita sea, y eso no es nisiquiera lo peor. Lo peor de todo son los cristos hechos con los ganchos de la ropa. Ya nos habían dicho, ¿te acuerdas? ¿te acuerdas tú? Te acuerdas algunos centímetros más hacia la izquierda. Del lado tuyo de la cama. Hay días completos que logro no emitir ni una sola palabra.   Soy excelente. Deberías verme. Evadiendo toda posibilidad de interacción que solicite del habla. Para lo contrario soy lo peor. Aviento una maraña de sin sentidos enredados que hacen nudos entre sí. Si fueran animales serían peces fuera del agua. No es su culpa, pues nunca aprendieron a nadar.

Estamos, como sea. Yo, respondiendo a tu pregunta y tú deseando no haber preguntado nada. Porque también te acuerdas, pero diferente. Otra cámara. Otra toma. Otro diálogo. Incluso otra película completamente diferente pero en la misma locación. No se, los mismos actores pero más viejos. Puedo seguir. No lo voy a hacer.

La respuesta es sí.


lunes, 11 de febrero de 2013

albar

Ha estado solo últimamente. Permíteme describir esa soledad como estar bajo el agua. Más específicamente en el fondo de una tina de baño, donde es prácticamente imposible permanecer bajo el agua involuntariamente, es decir, el cuerpo flota. Sin ningún factor o circunstancia que obligue al individuo a dicho estado, estar bajor el agua, sumergido, es un estado voluntario. Incluso requiere esfuerzo. Es cansado. Es finito. Se va acabar como todo.

Como todo, es relativo.

Ha estado solo dije porque pueden pasar horas sin ningún cliente. Por eso no necesito más ayuda. Al menos no por ahora.

Así son los bares, supongo. No tengo tanta experiencia en el negocio de alcoholizar desconocidos. Creo que antes que experiencia necesito un poco de gente. Alguien más que la señora Z. No me molesta compañía, al contrario, es una excelente clienta. Siempre paga al contado. Siempre termina dormida sobre la barra después de llorar un rato. Su hijo viene por ella, la levanta como puede y camina dando tumbos hacia la puerta.

Estoy tratando de conseguirle ayuda - me dice apenado - no puedo cuidarla todo el tiempo.

Yo no digo nada. En parte porque no creo que la señora Z necesite ayuda y por otra parte me viene valiendo un centavo de verga lo que le pase a la señora Z. Es triste, pero es verdad. Si el hijo de la señora Z prefiere pensar que la encargada de este lugar se queda preocupada todas las noches por la salud de su madre, adelante. Yo puedo juzgar si quiere.

El otro día vino una pareja de jóvenes que claramente no pertenecían aquí. Primero entró ella, ya borracha, gritando desde la puerta que necesitaba un par de cervezas. Después entró él, ya agotado, acercándose rápidamente para cancelar la órden.

Necesito un agua mineral.

¿Para la señorita?

No, para mí. Ella está bien.

Era cierto. Ella estaba muy bien. Se había sentado en un banco al final de la barra y analizaba el lugar con detenimiento.

Estamos casados.

Felicidades.

Quiero matarla. ¿Le gustaría ayudarme?

Dije que sí y pregunté lo que tenía que hacer.

Él no hizo ninguna mueca. Me aseguró que quería matarla en serio. Por dos cosas. Porque ya no la soportaba y no podía perderla. Especifiqué que quizá su segunda razón era vagamente ficticia. Perderla era posible, para empezar. Puede pasar. Esa frase colapsa en sí misma. Claro que puede, le dije, salga por la puerta y no vuelva.

Miró a la puerta, dudoso. Era tarde. En los bares siempre es tarde. Esa semana la calle olía a caño todo el tiempo.

La dejas aquí. Puedes caminar un par de cuadras y después tomar un taxi. Yo tengo varias opciones. Puedo dejarla aquí a ver cómo la encuentro en la mañana. Le puedo servir hasta que esté inconsciente y dejarla en la calle al merced de la ciudad. Puedo llevarla al lugar de la vuelta y dejar que le den un roofie. Puedo llamar a la policía para que se la lleven. Eso sí lo puedes hacer. Eso puedo hacer yo. Jamás volverías a verla, nadie te culparía. Algunas mujeres no pueden con la bebida.

Ella sonrió desde el final de la barra.

Se fueron juntos.

Aquí nunca pasa nada interesante.