sábado, 13 de junio de 2009

La Nodriza


Desde la ventana de la habitación en la que alojaba su hogar se podía ver el jardín que defendía la casa con metros y metros de verde, un par de árboles y algunas flores. Cruzando la frontera de barrotes de hierro, era el inicio de la infinidad urbana que eran esa ciudad y todas, con sus respectivos edificios e iglesias, algunos más cercanos que otros, algunos quizá a años de distancia. Del jardín hacia allá todo se desenvolvía, se reproducía y se moría igual: en verso.

Del marco de la ventana y su inseparable cristal hacia lo que viene siendo el interior, todo es prosa, sin rimas, llena de sílabas incontables que se acumulan en renglones infinitos acompañados de comas y espacios, pero ningún punto y aparte a la vista de nadie, Nadie, que hubiera sido el visitante más frecuente de aquel rincón de la mansión si no fuera por la nada. La nada, Danaé la tejía por horas, a veces la bordaba, otras la destejía y las restantes se limitaba a ser su compañera. De vez en cuando Danaé dudaba si en realidad la nada no la tejía, bordaba y destejía a ella.

Del cuarto de la prosa, donde duerme provisionalmente Danaé, sigue el cuarto de juegos casi vacío que ha sido recientemente pintado en un tono azul ni tan pastel ni tan rey como para ser interesante. A continuación, pasando las escaleras, está la habitación donde descansa normalmente el heredero a todas las demás recámaras. Descansa a estas horas de la mañana en su cuna.

Danaé ha tomado fruta para el desayuno y espera en silencio. Espera que no la mate el próximo trago de agua, espera la llegada del final del sueño, espera no tener que quedarse por mucho más tiempo, espera la gloriosa venida de su salvador. Más que esperar preferiría descansar, descansarse de su cara que todavía por rutina o ritual adornaba todas las mañanas con algo de polvo y un poco de labial, descansarse del cabello castaño amarrado que florece en su nuca, mismo que cuando está libre le acaricia los hombros.

El llanto parte el silencio comiéndoselo rápidamente, el llanto llega como es costumbre desde hace un par de meses. Danaé se desplaza con calma en demasía hacia la cuna del indefenso infante, con una mano suave recorre la mejilla de la criatura, acto seguido levanta a la diminuta casi personita entre sus brazos susurrándole cariño, se sienta, Danaé, en la mecedora que hay en la esquina, mientras con una mano sostiene al bebé, la otra se desabotona la blusa y hace una maniobra para descubrirse el seno izquierdo. Danaé hace callar al pequeño como ha hecho callar a otros tantos. Danaé amamantando al mundo. Danaé y los niños ajenos. Mamá de los bebés que nunca ve crecer. La fuente interminable del elixir de los dioses yacía en su pecho, nunca se secaba. Danaé esperaba la sequía, y no llegaba, como todas esas cosas que había esperado desde antes. La leche era el vestigio de la herida del bebé que no vivió, el verdadero dueño del manjar que emana de la aún joven mujer, al que Danaé guardaba dolorosa en las estrías de su cintura. La herida de Danaé era aquel bastardo que la había abandonado convirtiéndola en una madre falsa, que se daba a los que no les faltaba nada.

Danaé siempre se había regalado toda, sus ojos se habían vuelto más oscuros desde que él se fue, cuando el niño murió no quedaba ya más qué oscurecer. Las líneas del rostro más profundas. Las manos más viejas. Un dolor visceral del que nuca se pudo deshacer le había secado ya las lágrimas, o alomejor también las había regalado ya todas. El día que el principal objeto de su afecto contrajo nupcias con una mujer igual a las madres biológicas de los niños que alimentaba. Mujeres con cosas más importantes que hacer que amamantar a sus hijos. Mujeres que no sospechaban que el hombre del altar ya había hecho los mismos votos desnudo en la cama con ella. Mujeres decentes. Mujeres con las que se casan, con las que tienen hijos.

Una vez saciada el hambre, regresa a su satisfecho cliente a la cuna que se limita su mundo. El día apenas comienza y se escurre lento como todos sus días desde hace ya tiempo. Danaé vuelve al cuarto de la prosa, donde todas las palabras ya se han movido de lugar al ritmo del silencio, sin métricas. Las palabras que Danaé ya no se molestaba en escribir, los renglones que no tenía ganas de leer. El librero se ha quedado vació. La ventana callada anuncia que afuera el mundo sigue terriblemente igual. Danaé, la hija olvidada, la novia soltera, amamantando al mundo.

domingo, 7 de junio de 2009

Querido Diario

No me creerias, si supieras la situacion en la que me encuentro ahorita, tan idiota esta que nisiquiera encuentro los acentos, nisiquiera se si nisiquiera se escribe junto. De la desta. Esto esta dela desta. No me alcanza. No ajusto. Me estoy riendo un chingo.

No me creerias, amor.

You know one is too many, twenty is never enough.

is love thats never enough.

lunes, 1 de junio de 2009

ugh

A esas horas, la mañana estaba en un estado catatónico de sopor inaguantable, había nevado la noche anterior y soplaba un viento del diablo, o eso podemos asumir desde la ventana por la que admiramos el amanecer urbano que no tiene ganas de despertar.

Yo tampoco.

No tardará en pasar el autobús escolar y antes de eso ya habrá hombres y mujeres con abrigos y maletines caminando muy rápido a nadie sabe dónde. Los edificios, todos, están ahí, siendo grises. Mi reino por un café. Mi reino por un desayuno continental. No, no sabes la de días que han comenzado así. Tuertos, les llamaría yo. Medio ciegos. Se escurren en un chorro continuo de probabilidades de las cuales no logro atrapar ninguna. Se escurren había dicho. El café que anhelo entonces todavía se encuentra a más o menos 2 horas de distancia, tiempo en el que calculamos tener las fuerzas para enfrentarnos. Será ya tarde, pero es en días como estos que eso en realidad importa poco. Al fin y al cabo nos quedan pocos.